Hay algo muy apropiado en hacer una pausa para agradecer antes de entrar en la temporada navideña. Encontrar lo bueno, reconocerlo y celebrarlo nos ayuda a entender mejor quiénes somos y nos acerca a esa verdad interior que todos llevamos desde el origen. Vivir con gratitud no es solo un gesto ocasional: abre espacio a una mirada más clara y a una conciencia que nos acompaña en cada paso.

Este jueves se celebra en Estados Unidos el Día de Acción de Gracias, una fecha que, aunque profundamente ligada a su cultura, trasciende cualquier frontera. Canadá lo festeja en octubre, Brasil lo adoptó oficialmente en 1966, y en cualquier parte del mundo —desde Sudamérica hasta Europa o Asia— podemos elegir este día para detenernos un momento y reconocer nuestras bendiciones. La geografía cambia, pero el acto de agradecer sigue siendo universal.

El espíritu de Thanksgiving es la conexión: con los demás, con nuestro propio camino y con la vida misma. Aun en medio de dificultades, siempre hay algo que ilumina, por pequeño que sea. Ralph Waldo Emerson lo expresó al decir que la gratitud es la madre de todas las virtudes, y ese recordatorio sigue vigente.

El origen de esta tradición se remonta a 1621, cuando los peregrinos ingleses recién llegados a Plymouth compartieron la cosecha de otoño con los Wampanoag, una tribu nativa que les enseñó a cultivar la tierra. Aquel encuentro, sencillo y humano, es considerado el primer Día de Acción de Gracias: dos culturas distintas reunidas en torno al agradecimiento.

La festividad se celebró durante años de manera informal hasta que, en 1863, Abraham Lincoln la proclamó oficialmente como día nacional. En medio de la Guerra Civil, Lincoln entendió que un gesto de gratitud podía unir a un país dividido. Y esa proclamación no surgió de la nada: fue impulsada por Sarah Josepha Hale, una escritora que dedicó casi dos décadas a insistir en la creación de esta fecha.

Hoy, Thanksgiving es una de las celebraciones más importantes en Estados Unidos. Las mesas se llenan de pavo, puré y calabaza, pero la comida es solo una parte del ritual. Lo esencial es reunirse, compartir y mirar con calma lo vivido durante el año. También marca el comienzo de la temporada navideña, un período para reflexionar sobre lo logrado y lo que aún queda por construir.

Y más allá de la tradición, la invitación es simple: agradecer sin esperar un día específico. La gratitud suaviza el paso, nos conecta con lo que realmente importa y nos recuerda que la vida, incluso en sus días más difíciles, sigue mostrando señales de acompañamiento. Cuanto más conscientes somos de esa presencia —llámese fe, propósito o una certeza interior— más descubrimos que lo bueno también se mueve a través de nosotros.

Thanksgiving puede celebrarse donde sea que estemos. Lo importante es que ese gesto de dar gracias nos ayude a seguir adelante con más claridad y con la mirada puesta en lo que aún está por nacer.